“Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos 'americanos' (...) nosotros habitamos una Sub-América, una América de segunda categoría: es América Latina, la región de las venas abiertas”.
La sentencia que Eduardo Galeano emite en la introducción a su obra magna, maquillada esta vez por las formas burocráticas, se reproduce por estos días en el vecino país brasilero. Con 61 votos a favor y 20 en contra, se consumó el golpe institucional que destituyó a la Primera Mandataria, re-electa por la vía democrática, en el año 2014.
Esta reafirmación, paulatina pero implacable, de la derecha al Sur del Río Bravo, sentó precedente en Junio de 2009, con el golpe militar a Manuel Zelaya, en Honduras; y no se detuvo más, llevándose por delante a Fernando Lugo, en Paraguay y ahora a Dilma en Brasil. Intentando, por el camino, deponer a Rafael Correa, en Ecuador, a Evo Morales en Bolivia y a Hugo Chávez primero y a Nicolás Maduro después, en Venezuela. Sin descontar a los que lo consiguieron por la vía democrática, como Peña Nieto en México y, en nuestro país, el hijo bobo de Franco Macri.
Subidos a un proceso de investigación acerca de los fondos de la Petrobras, que salpicaba de corrupción a varios funcionarios del Partido de los Trabajadores, con el cinismo que les caracteriza en cualquier suelo, fogoneados por los principales medios de comunicación, y utilizando la doble moral y el doble discurso para con la crapulencia propia; los sectores más conservadores del espectro político brasileño iniciaron una campaña diz que anti-corrupción, que acabó en una fantochada jurídica, legal pero ilegítima, para dar por tierra con un proyecto político inclusivo y muy complejo, que se encontraba atravesando una meseta económica con un cierto riesgo de caer en recesión.
Bajo el discurso de mejorar la economía, el PMDB, llega al poder de manera espúrea, como lo hiciera en 1985, buscando aprobar una serie de ajustes que castigará a los sectores más vulnerables de la sociedad, como sucede con esta suerte de medidas, aplíquense donde se apliquen.
El 12 de Mayo se llevó a cabo el primer acto de la opereta golpista, suspendiendo a Dilma del ejercicio de su cargo y elevando al vernáculo Michel Temer, entonces vicepresidente, al puesto que no pudo conseguir en las urnas dos años antes. Este 31 de Agosto, muchos latinoamericanos nos desayunamos la triste noticia de que el impechment -a.k.a. juicio político- contra la compañera Dilma Rousseff era aprobado, con su consecuente destitución. En el medio pudieron escucharse proclamas reaccionarias pidiendo actuar en nombre de “Dios, la familia y la Patria”, o directamente clamando la injerencia de las fuerzas militares para dirimir el entuerto.
Hablar de bien y mal en el terreno de la política resulta, cuanto menos, pueril. Sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de relaciones humanas, y en nuestra naturaleza no hay lugar para tales conceptos absolutos. Más, teniendo en cuenta que se trata de construcciones que obedecen a diversos factores y contextos históricos y sociales. Advertidos de esto, sin caer en el maniqueísmo, quisiera establecer una analogía entre el desafío que han tenido -y tienen- por delante los gobiernos progresistas de la región, con la historia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El protagonista de la novela de Robert Luis Stevenson, es un científico taciturno que busca aislar la maldad humana, y lo consigue con una fórmula que lo transforma en el repugnante Sr. Hyde, un ser de maldad absoluta que acaba dominando la psiquis del Dr. Jekyll. La razón de este triunfo por parte de su siniestra personalidad, se debe a que el alma, según explica el asolado protagonista, es un terreno en constante tensión entre lo bueno y lo malo, por ende, su brebaje halla el terreno abonado y copa por entero a su huésped.
Diré que nos ponemos didácticos, y ubicaremos a los gobiernos progresistas y populistas en la senda “del bien”, fundándome en el conjunto de medidas a favor de los trabajadores y de las clases desvalidas y en perjuicio de los monopolios y oligopolios; y a la derecha reaccionaria, del lado “del mal”, en su defensa del status quo. Ahora bien, en la práctica esto es una utopía, por dos razones: en primer lugar, por tratarse la política del arte de buscar consenso, los gobiernos progresistas se ven en la obligación de negociar, con la derecha, muchas de sus políticas. Es el precio a pagar y la condición por pertenecer al capitalismo neoliberal. Se juega con sus reglas... o se cambian éstas de una vez. En segundo lugar, nunca faltan -muchas veces hasta sobran- elementos negativos dentro del propio movimiento, que dañan al conjunto más que los ataques furibundos de los ajenos. Por caso, los funcionarios sospechados de manejos ilícitos, dentro del PT, sirvieron para apuntalar una acusación menor contra la Presidente de Brasil que, inflada por los medios de comunicación, degeneró en un golpe blando que le costó su mandato.
Las izquierdas ortodoxas, mientras tanto, se desgañitan llamando a la revolución desde sus smartphones, sin intención real ni voluntad de llevarla a cabo. Critican a los gobiernos populistas, pero no ofrecen una alternativa de peso: en sí, horadan más de lo que construyen.
Venezuela, Ecuador y Bolivia, retiraron a los embajadores y demás funcionarios del gigante sudamericano, en un aplaudible gesto de solidaridad con Dilma. Cristina Fernández hizo circular una carta urgente a Lula Da Silva, fundador del Partido de los Trabajadores, expresándole su preocupación por volver a ver a Latinoamérica como “laboratorio de la derecha más extrema”.
Macri y Cambiemos, en su coherencia, legitiman el golpe. Lo esperanzador, dentro del bajón general, es que se legitima una herramienta que puede darse vuelta y aplicarles el correctivo a ellos mismos. Lo terrible es que la democracia, de este modo, pierde el poco peso que le queda.
Dejando de lado, por un momento, el aspecto ilegítimo, el discurso de la derecha es el mismo en todos lados: lucha contra la corrupción, defensa de las instituciones, sinceramiento de la economía, etc.. Pero nunca admiten la corrupción de los miembros de sus filas, se cagan en las instituciones democráticas y ajustan la economía como unos necios, buscando rédito económico inmediato, a costa del hambre de los pueblos. Son de manual. Pero también lo es la gente que se traga estos embustes. Sin ir más lejos, en nuestro país tenemos un presidente que, además de empresario corrupto, se encontraba, al momento del triunfo electoral, procesado por contrabando de autopartes y escuchas ilegales a familiares de víctimas del atentado a la AMIA: porque la gente estaba cansada de la corrupción. ¿La lógica? Te la debo, no estoy en tema.
Nicolás Maquiavelo, advertía que un gobernante nuevo debía deshacerse de todos sus enemigos, ni bien llegara al poder, rápidamente y sin darle tiempo de recuperar fuerzas. En esto la derecha tiene mucha más experiencia que cualquiera: una vez ungidos, jamás les ha temblado el pulso para perseguir a quienes piensan radicalmente distinto, ganarse a los fronterizos e inutilizar a los demás. Macri y Temer lo están haciendo: el golpe recibido, tanto por el FPV como por el PT, ha hecho estragos en sus filas.
Los medios cómplices, en ambos países, callan cualquier manifestación en repudio a las medidas devaluadoras, de flexibilización laboral y de apertura irrestricta de las importaciones. Exacerban cualquier indicio de corrupción de las gestiones anteriores, y ocultan los escándalos de sus representados.
La situación, desde una perspectiva panorámica es desoladora. Existe, en portugués, una palabra que no tiene traducción, pero que habla de la nostalgia, la melancolía, la tristeza por la falta de alguien o de algo: saudade. “Saudade, ¿qué será? Yo no sé la he buscado...”, dice Pablo Neruda. Saudade por Néstor. Saudade por Chávez. Saudade por Zelaya. Saudade por Lugo. Saudade por Fidel. Saudade por Cristina. Saudade por Dilma. Saudade por el sueño de la Patria Grande, transformado en pesadilla por propios y ajenos.
Por estos días, vuelve a circular por las redes una fotografía de Dilma Rousseff, a sus veintipocos, en medio de un juicio propiciado por las fuerzas militares, durante la última dictadura brasileña. En ella se la ve con la mirada desafiante y la entereza que sólo pueden presentar los espíritus fuertes, cuando saben que tienen la verdad de su lado. La página web de La Garganta Poderosa, recalcaba la misma fortaleza que se repetía en la mirada de la Presidente, de cara a sus ejecutores políticos, el pasado Miércoles. Dicha imagen recuerda el final del poema de Giordano Bruno a sus verdugos, cuando les dice:
“Más, basta, yo os aguardo, dad fin a vuestra obra/
cobardes, ¿qué os detiene? ¿teméis al porvenir?/
Ah, tembláis, es porque os falta, la fe que a mi me sobra/
Miradme, yo no tiemblo, y soy quien va a morir.”
Juan Bautista Martínez
Referencias:
- Un millón de niños en el ojo de la tormenta – Eduardo Galeano
- El misterioso caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde – Robert Luis Stevenson