« Dominique-nique-nique marchaba con toda sencillez
Caminante pobre y cantando
En todos los caminos, en todos los lugares, sólo habla del Buen Dios
Sólo habla del Buen Dios. »
[Sor Sonrisa]
Existe un condicionante, sine qua non, para establecer un debate: un terreno común donde desplegar los argumentos de uno y otro punto de vista. Cuando, por el motivo que sea, no puede garantizarse dicho escenario, existen entonces declaraciones de intenciones que no lograrán conciliar ni una coma. No tanto por las diferencias intrínsecas o extrínsecas, sino porque, sencillamente, aparecen como pertenecientes a realidades paralelas.
Esto pasa cuando, por ejemplo, se pretende debatir los argumentos de la retórica cristiana fuera del terreno de la fe. El sentido común, para esta retórica, por ser común, asequible al vulgo, se halla vedado, y es comprensible que así sea: a la luz de la razón, de la lógica, de la filosofía y de otra cualquiera de las facetas de la inteligencia humana, el relato fantástico de los intermediarios de Cristo no resiste ni el análisis más simple.
A esto remiten las declaraciones de Monseñor Puiggari y del Presbítero Bonnin, cuando instan a la sociedad a contemplar el oprobio carmelitano -a raíz del allanamiento del convento de Nogoyá, el pasado Jueves 25/08- en perspectiva: como propios de una cultura cerrada a cal y canto y oculta a la vista de los curiosos, y superviviente a avances y retrocesos en las sociedades, como reliquia del medioevo.
En cuanto institución a la vanguardia de la censura y el ocultamiento -aún a Siglo XXI de la era cristiana-, la Iglesia Católica, a través de sus voceros, salió al cruce del operativo policial y de sus resultados, alegando premura de parte de las autoridades, actuando éstas como piezas de un entramado conspirativo para desprestigiarla; evitando, al huir por esa tangente, pronunciarse acerca de las prácticas flagelantes que son ingrediente identitario de la comunidad carmelita.
Sin ánimo de fundarme enteramente en Nietzsche -lo que sería muy cómodo, dado el marco teórico y el sondeo histórico que el filósofo realiza a lo largo de todas sus obras y, sobre todo, en El Anticristo-, es preciso señalar un aspecto curioso: el sentido de trascendencia de la fe cristiana, y, por antonomasia la católica, está dado por el milagro de la resurrección de Jesucristo y el perdón de los pecados. Sin embargo, la figura del Mesías que más abunda en los templos del catolicismo, lejos de ser la del redivivo redentor, es la del Cristo crucificado, azotado y clavado a la cruz, con las heridas en llaga viva. Hacer hincapié en el perdón y el amor al prójimo, mientras subyace el dolor, la violencia y la vergüenza de la cruz, se traduce en odio por el cuerpo y por las necesidades y placeres que éste supone.
La categoría alma tiene un lugar privilegiado en la retórica cristiana, que se basa en la salvación de la misma; y en el imaginario colectivo reproduce este lugar de primacía, a salvo de cuestionamientos y de definiciones. El pensador estadounidense del siglo XIX, Ambrose Bierce, en su reconocido diccionario, afirmaba del alma: “Entidad espiritual que ha provocado recias controversias. Platón sostenía que las almas que en una existencia previa (anterior a Atenas) habían vislumbrado mejor la verdad eterna, encarnaban en filósofos. Platón era filósofo. Las almas que no habían contemplado esa verdad animaban los cuerpos de usurpadores y déspotas. Dionisio I, que amenazaba con decapitar al sesudo filósofo, era un usurpador y un déspota. Platón, por cierto, no fue el primero en construir un sistema filosófico que pudiera citarse contra sus enemigos; tampoco fue el último. 'En lo que atañe a la naturaleza del alma' dice el renombrado autor de Diversiones Sanctorum, 'nada ha sido tan debatido como el lugar que ocupa en el cuerpo. Mi propia opinión es que el alma asienta en el abdomen, y esto nos permite discernir e interpretar una verdad hasta ahora ininteligible, a saber: que el glotón es el más devoto de los hombres. De él dicen las Escrituras que «hace un dios de su estómago» (...)'.
George Bernard Shaw, advertía a este respecto: “Ahora ya sabemos que el alma es el cuerpo y el cuerpo es el alma. Nos dicen que son diferentes porque quieren convencernos que podemos quedarnos con nuestras almas si los dejamos esclavizar nuestros cuerpos.”
No sorprende, entonces, que el Presbítero Bonnin presentara, este Viernes pasado, un decálogo para justificar la realidad en el convento, con la clásica costumbre de utilizar un lenguaje altisonante para terminar diciendo nada concreto.
En primer lugar, aduce que la realidad intramuros es necesariamente desconocida, tanto para propios como para ajenos. Su vocación es un misterio para el hombre de hoy. Con esto podemos considerar: a) que esa vocación responde a un período de la humanidad desfasado del tiempo común a todos los demás mortales; y b) que dicha vocación es un misterio por razones ultraterrenas. En todo caso, nosotros somos simples mortales, ávidos de novedades y de morbo, seamos francos, y toda esta problemática se nos presenta inaccesible para nuestros sentidos y nuestra comprensión.
En segundo lugar, estas prácticas se encuentran legalizadas mediante las reglas “de 1990” y “de 1991”. Una más austera y férrea que la otra, pero ambas legitimadas por El Vaticano, por su “eficacia para llevar a muchas almas a la santidad”. Acá nos encontramos nuevamente -y no será por última vez, os lo juro-, con razones de índole ultraterrena. Dado por un manifiesto conocimiento, de parte de las autoridades eclesiásticas, del destino de las almas al finalizar el ciclo vital. Sin duda que contar con data tan privilegiada, en nuestra sociedad de la información, asegura el ara desde la que despotrican contra el mundo.
Respecto del tema de la clausura, el presbítero aclara que las religiosas que ingresan, además de hacerlo por propia voluntad, pueden irse cuando quieran. A este propósito, dos cuestiones: la primera, tiene que ver con esa supuesta voluntad para abandonar la orden, y que se presenta análoga a la situación de las mujeres maltratadas, que no abandonan a los maridos golpeadores por más libertad que para hacerlo posean; pero ¿dónde queda la voluntad? La segunda, me retrotrae a la homilía de una misa de niños a la que asistí en mi infancia; en ella, el sacerdote, tratando el tema de la solidaridad, invitaba a los presentes a ser solidarios con quien tuviéramos cerca, recalcando lo fácil que resulta ser solidarios con los malnutridos y enfermos del África, y lo dificultoso que nos resulta tener un buen gesto con el vecino necesitado. En una lectura sobre la posmodernidad, Beatriz Sarlo toca el tema del hiperindividualismo de manera similar a la del sacerdote en su prédica dominical. A esto, opinión personal, se reduce la piedad de las hermanas de clausura: abstraerse del mundo real y de cualquier intento de incidir positivamente en él, a cambio de la tranquilidad del claustro.
La situación de los castigos corporales, razón del cuarto inciso del decálogo presbiteriano, es el quid de la cuestión. En primer lugar, es necesario separar la cuestión de la austeridad del bondage carmelitano. El consumismo desmedido es uno de los pilares del neoliberalismo voraz en que nos movemos cotidianamente; de esta suerte, resistir y llevar un modo de vida austero, puede considerarse una práctica contestataria. Ahora, el tema de los castigos corporales, autoinfligidos o proporcionados por terceros, no tiene asidero en las parábolas de Jesús (como casi toda la parafernalia religiosa, si nos ponemos estrictos), sino, para el presbítero Bonnin, en las cartas del converso Saulo de Tarso, a.k.a. San Pablo, donde manifiesta la necesidad de castigarse para brindarle un fundamento incuestionable a su prédica. El desprecio del cuerpo, de los instintos, de los placeres y los deseos humanos, todos instrumentos del Diablo, llega a lo que, en cualquier otro ámbito de la realidad, puede considerarse una patología psíquica. El límite, sin embargo, según determinó Bonnin, es la preservación de la salud mental y psicológica. No se desesperen, la lógica queda fuera de juego en estas consideraciones, como advertía al inicio. Monseñor Puiggari, encubridor de los curas pedófilos Ilarraz y Moya, nos tranquiliza diciéndonos que las hermanas sólo se autoflagelaban los Viernes. El potro quedaba para los Martes y Jueves...
La siguiente razón en el decálogo, es la de la obediencia. Ésta, se basa en que la voz de las Superioras es, en este caso, la voz de Jesús. Aquí entra en escena, nuevamente, las ideas de voluntad y libertad. Ambas al servicio de una obediencia que tiene como límite el transformarse en dominación. Que lo diga un representante de la Iglesia Católica suena ampuloso y poco creíble, dado el carácter autoritario con que actúan en la sociedad; y más en una sociedad como la nogoyaense, fundada en la fe del Carmelo. Tengamos presente que la dominación no siempre es formal y escrita, y muchas veces -por caso la eclesiástica- presenta caracteres implícitos en la vida y las costumbres de un pueblo.
La Santa Inquisición, una serie de instituciones dedicadas a combatir la herejía (del griego herético, es decir libre), la brujería y castigar a los impíos, fue fundada en la ciudad de Lánguedoc, al sur de Francia, en el siglo XIII de la era cristiana, y fue responsable de los mayores genocidios de la humanidad, aún antes de Hitler (al que la Iglesia bendijo, por otra parte); y se mantuvo, como institución, hasta la década del '60 del siglo pasado, es decir: hasta hace apenas medio siglo. Dicha institución no precisó jamás pruebas concretas de los condenados a la hoguera, la horca, la tortura y el desmembramiento. Bonnin y Puiggari criticaron la celeridad con que la Justicia actuó al respecto, y desconocieron a consciencia que la denuncia se fundaba en una investigación de dos años, realizada por el periodista Daniel Enz, para la revista de corte político-amarillista Análisis. Sin embargo se atienen, como debe ser, al principio de inocencia contemplado por nuestra Constitución Nacional y vigente, al menos, en lo teórico. Es decir, los voceros del episcopado critican las mismas leyes en las que se amparan. Si remarco esto no es porque considere incuestionable a las leyes, sino por la endeble defensa del horror que esgrimen los prelados.
Reconociendo que puedan existir monasterios donde los principios carmelitas no son bien vividos, Bonnin pone el acento y la carga de responsabilidad en los defectos y pecados humanos, más que en la legislación vigente. Apelando a la ironía: si usted no quiere golpearse o torturarse, hambrearse o prescindir del agua y del jabón, se debe a que es usted un/a pecador/a, y más le vale irse derecho al Infierno y dejar de molestar aquí.
En el caso de abuso de autoridad por parte de las figuras al mando del monasterio, dice el presbítero, es bueno que la autoridad eclesiástica competente pueda intervenir. A priori parece razonable, más si profundizamos, salta a la vista la cuestión del encubrimiento que este tipo de autoridades han ejercido sobre sus subalternos en toda época y lugar. El crimen sollicitationis, es un decreto vaticano, ratificado por el entonces cardenal Ratzinger (hoy ex-Papa), el cual postula que, ante los hechos de abuso de menores por parte de miembros del cuerpo de la Iglesia, sean estos mantenidos en secreto, diz que para ser revisados por las autoridades eclesiásticas antes que por la legislación civil, y que no se produzcan escándalos que salpiquen de ignominia a la Institución. ¿Por qué creerles entonces que su intervención es garantía de justicia? Más aún, estando en conocimiento de los ultrajes físicos y psicológicos puertas adentro del convento, so pretexto de que es parte de dicha cultura.
En el caso de haber existido realmente, Jesús de Nazareth no dejó escritos propios de su doctrina. Su legado oral ha sido, sin embargo, a lo largo de los siglos, bastante claro y contundente: amáos los unos a los otros como a uds. mismos. Sus principales críticas estuvieron dirigidas a los modos de vida enraizados en la abundancia y la desigualdad, y a las organizaciones religiosas judías de esa época. Fue Justiniano, emperador romano de los siglos V y VI, quien le dio cuerpo e institucionalidad a la Iglesia como se la conoce hoy en día, análoga en muchos aspectos a aquellas organizaciones que disgustaron al Mesías. Decir que los miembros de la misma, llevan una práctica de vida similar a su Fundador, es como afirmar que mantener todas las lámparas encendidas reducirá el costo del servicio eléctrico. Sin embargo, lo afirman.
Para finalizar su decálogo, la Iglesia (y se encarga de afirmar que nadie más que ella) desea que los monasterios sean lugares de felicidad y alegría. Y que quienes se hallan sentido heridos por el mal proceder de sus miembros, hallen pronta sanación y paz. A este respecto, cito al Nietzsche de Más allá del bien y del mal, cuando sentencia que: “no es su amor a los hombres, sino la impotencia de su amor a los hombres lo que les impide a los cristianos de hoy... quemarnos a nosotros”.
No es necesaria una campaña anti-católica y ateísta, para nada: como vemos, se flagelan solos. Y solas.
Juan Bautista Martínez
Referencias:
- “El Anticristo” - Friedrich Nietzsche
- “Más allá del bien y del mal” - Friedrich Nietzsche
- “Humano, demasiado humano” - Friedrich Nietzsche
- “La genealogía de la moral” - Friedrich Nietzsche
- “El diccionario del Diablo” - Ambrose Bierce
- “En qué mundo vivimos” - Gustavo Santiago