El héroe mítico griego Jasón, al mando de los marineros de Argos, fue enviado a la Cólquide por orden de su tío el rey Pelias, como castigo por reclamar el trono de Yolco, que éste había usurpado de su hermano Esón. La misión consistía en recuperar el vellocino de oro, consagrado a Ares, el dios de la Guerra, y que era custodiado por una serpiente monstruosa que nunca dormía.
De guerras y periplos fantásticos abunda la historia y la literatura de casi todos los pueblos del mundo, pero no fue sino en el marco de otra guerra, esta vez por el control hegemónico del control, el espionaje satelital y el desarrollo tecnológico a nivel global, entre los Estado Unidos y la Unión Soviética, que se posara la vista sobre un objetivo tal vez más ambicioso que una simple piel de carnero alado: la Luna.
La carrera espacial fue el nombre que se le dio a este accionar, dentro de la Guerra Fría, en que ambas potencias competían por la conquista del espacio, y que funcionaba como la otra pata de la carrera armamentística. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos estaban más que seguros de su superioridad en todo sentido: ellos contaban con armas que podían borrar la vida de la tierra en cuestión de horas. Interesa, sobre la bomba atómica, como afirma Gustavo Santiago, la tenencia de la misma: la ostentación de la devastación nuclear en las manos de un país que ya había demostrado que no temía aniquilar a sus enemigos apretando un botón. En medio de ese orgasmo triunfal, la puesta en órbita del satélito ruso Sputnik I, el 04 de Octubre de 1957, significó un sacudón para la autoestima norteamericana.
Perros, tortugas, chimpancés y moscas de la fruta, antecedieron a los seres humanos al momento de ponerse en órbita, pero la carrera espacial alcanzó su cénit el 20 de Julio de 1969, con la llegada del hombre -occidental, cristiano y gringo- a la luna a bordo del Apolo 11.
Pero, ¿llegó el hombre a la Luna realmente o se trató de una puesta en escena? Intentar dar con una respuesta a este interrogante, a día de hoy, resulta cuasi bizantino; pero podemos enumerar brevemente los principales argumentos a favor y en contra.
La nave, tripulada por Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, despegó del Complejo 39A del Centro Espacial Kennedy, en Florida, el 16 de Julio del '69. La imagen de Armstrong pisando la superficie selenita se transformó en uno de los blasones de la expansión imperialista estadounidense en el mundo. Por ende, si se tratase de una puesta en escena, o no, ésta resultó fundamental para la construcción de discurso y, por ende, de la opinión pública.
Una de las principales dudas se suscita por la ausencia de estrellas en el firmamento lunar, siendo que éstas deberían ser perfectamente visibles.
Otro portal a la duda lo abren las fotografías que muestran huellas en la superficie de la luna, considerando que la potencia de los propulsores del cohete debiera haber barrido el polvo lunar.
Las fotografías en sí también han sido un motivo de cuestionamientos: ¿quién las tomó? ¿por qué aparecen diferentes tomas con el mismo fondo? o por qué gozan de gozan de tanta calidad, tanto en la definición como en el encuadre. Corre, incluso, la versión de que el cineasta Stanley Kubrick estuvo a cargo de la puesta.
Con argumentos más o menos convincentes, estos puntos han sido tratados extensivamente y con mayor rigor, pero vale la pena resaltar que la Unión Soviética felicitó a sus rivales norteamericanos por el gran salto para la humanidad que conllevaron esos primeros pasos de los astronautas en el satélite terrestre.
Pero a este propósito, 47 años después, deberíamos preguntarnos: ¿significó una mejora en la calidad de vida de las personas que los yanquis alcanzasen o no la Luna? ¿Redundó en una herramienta para paliar el hambre de los pueblos tanto despliegue de satélites y armamentos? En esto sí podemos aventurar algunas consideraciones.
José Pablo Feinmann atribuye la patraña a la necesidad de orquestar la puesta en marcha del Imperio Comunicacional que escribe todos los guiones.
La neurosis del poder, capaz de fagocitar culturas enteras, bien puede sacrificar credibilidad por efectismo, pero siempre necesita crear sus monstruos: ya no hay gigantescas serpientes insomnes, ni harpías, sirenas, Escila o Caribdis, ni tan siquiera comunistas; de modo que el enemigo es ese gigante dormido que está despertando y no le gusta lo que ve: el Islam es el nuevo cuco del Imperio y, para conjurarlo se valió de otro hecho igual de espectacular que el alunizaje: el atentado a World Trade Center, televisado a los ojos del mundo, sirvió con igual efectividad para justificar la masacre en Oriente Medio, que en el '69 para afirmar la supremacía norteamericana en la hegemonía mundial.
La verdad se encuentra tan matizada por las cámaras y los reflectores de Hollywood que resulta imposible verla sin encandilarse: la verdad, hoy, es un mito.
Por mi parte, me contento con otear la Luna y adhiero a Borges, cuando escribe:
“Y, mientras yo sondeaba aquella mina
De las lunas de la mitología,
Ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
La luna celestial de cada día.
Sé que entre todas las palabras, una
Hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
Con humildad. Es la palabra luna.”
Juan Bautista Martínez (Columnista)
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