martes, 2 de agosto de 2016

¡Mhysa!


En el juego por el poder, se corre el riesgo de pensar que todas las piezas arrancan la partida en igualdad de condiciones, y todas con el mismo abanico de oportunidades de ganar. Se compara, muchas veces, a la política con el ajedrez; y lo cierto es que, uno se siente tentado de creérselo, pero lo dicho antes: no todas las piezas cuentan con las mismas chances de cara al juego. Y, muy importante, el poder no es un trofeo al que los contendientes se afanen por ganar, sino que, en verdad, se encuentra concentrado en unas pocas manos a las que es menester disputárselo.
 
Pero, aun contemplando estos detalles, la apreciación se queda corta: al poder también se lo construye, y es desde esas arquitecturas desde donde se entablan las lides. A más de cinco siglos de El Príncipe, Maquiavelo sigue vigente para cualquier mortal que se interese por la política, esto es: el arte de generar, transformar y/o disponer del poder, pero también de ser capaz de mantenerlo.
Pocas figuras de la política de las últimas décadas ha revelado mayor maquiavelismo, entendido éste como habilidad de gobierno, que Perón en sus dos primeras presidencias. Un movimiento político transformador, en torno a un militar de carrera: el peronismo nos ofrece, en esa sola frase, material suficiente para el análisis. Pero el verdadero símbolo del movimiento fue su señora esposa María Eva Duarte. Evita.
 
Nacida hija natural de Juan Duarte, a algunos kilómetros de Junín, Evita creció para convertirse en actriz de melodramas baratos, según escribiera Eduardo Galeano, pero decidió salirse de ese papel. Y adoptó el de aguerrida jugadora, en un juego falocrático y elitista, donde no se veía con buenos ojos que las mujeres pensaran y, mucho menos, que se metieran en política, a disputar poder.
El movimiento le debe a Eva su habilidad como oradora y su ferocidad al momento de desafiar a la oligarquía terrateniente y al cipayaje de a pata. Exigió lealtad a los trabajadores y los humildes, a los que llamó sus descamisados, a través de una concienciación de clase. Amadrinó a los trabajadores en sus luchas contra las patronales, y se granjeó el odio de muchos, por sus discursos incendiarios en contra de sus enemigos. No temió ninguna grieta: ella las abría, y, si la dejaban, clavaba estacas o las prendía fuego, con tal de mantener a raya a los adversarios. Metió el dedo en la llaga de una mansedumbre naturalizada por los poderosos, y dio por el suelo con las mentiras de unidad nacional, que sólo garantizaban el bienestar para los que más tenían, a costa del hambre de las mayorías.
 
Presa de un cáncer que degeneró su cuerpo, pero jamás su espíritu combativo, la muerte se la llevó a los 33 años, edad de los mártires si nos atenemos a la mitología cristiana, para dolor de una buena parte de los trabajadores y de las clases más humildes de nuestro país, y para regocijo de los cobardes acaudalados que no dudaban en graffittear su alivio, ni en sus últimos momentos.
 
Ni siquiera muerta dejó de inspirar temor en sus detractores: su cadáver fue robado y no se recuperó hasta muchos años después.
Desde nuestra perspectiva, podríamos afirmar que afortunadamente no vivió para sufrir el atentado a la Plaza de Mayo en el '55, ni el encierro de Perón en la isla Martín García, ni su querido movimiento proscrito y a sus descamisados perseguidos y masacrados. Pero sería faltar a la verdad: convertida en símbolo, Evita arengó a la juventud politizada de las décadas posteriores, y su semblante, siempre joven, es solaz y esperanza, pero también lucha, una lucha que está más viva que nunca ante el avance de la derecha más recalcitrante de todos los tiempos. La lucha contra los verdaderos dueños del poder, que hoy se pavonean sin tapujos.
 
Esta derecha no duda en vapulear a todo aquel que se sienta heredero de ninguna reina de los pobres. Derecha que, a poco de asumir, y en su afán de acallar por la fuerza lo que mediante el ingenio jamás podrá, mandó al muere, en un accidente, a 40 gendarmes que partieron de Salta a Jujuy, por pedido del indigno gobernador Morales, por las dudas. Aunque la jugada se le fue de las manos, redoblaron la apuesta apresando a la líder de la Organización Barrial Túpac Amarú, Milagro Sala, bajo el pretexto de que era peligrosa.
Con una impunidad que manda al orto cualquier fe en la legitimidad democrática, y que atenta contra la seguridad de todo el conjunto de la población, Milagro fue detenida, en primera instancia, por instigación a cometer delitos y tumultos en concurso real, contravención basada en el hecho de permanecer acampando en una plaza. Más adelante se le presentaron acusaciones por asociación ilícita agravada y de cometer fraude y perjuicio contra la administración pública, pero esto cae por su propio peso si tenemos en cuenta que Federico Stürzzenegger, uno de los responsables del mayor fraude financiero de nuestra historia, como fue el megacanje, se encuentra, a la vez, procesado por el mismo delito y presidiendo el Banco Central.
 
Todos sabemos que el verdadero delito de Milagro Sala es el de haber nacido indígena, pobre, mujer, y peronista. Bancó a Cristina Fernández desde un primer momento, y significó un verdadero grano en el culo para mucho capanga jujeño y porteño. Pero, no conforme con eso, llevó adelante, junto a su organización, una obra de infraestructura que sería la envidia de cualquier gobernante... si a alguno le importara. Construyó poder y empoderó a quienes nunca hubiesen soñado con una vida más digna. Semejante jugadora resulta intolerable, y si no la metieron presa antes fue por su amistad con Cristina.
Desde Enero languidece en una celda de Jujuy, buscan convertirla en un escarmiento, para que nadie se anime a levantar la cabeza y desafiar al orden. Borran los murales en su apoyo en Paraná y en La Plata, con la misma saña ciega con que antaño vivaran la enfermedad de Eva.
 
Hasta el día de hoy no perdonan a Eva. Y no perdonan a Cristina, ni a Milagro, ni perdonarán a ninguna mujer que intente seguir sus pasos. O tan siquiera sobresalir. Y tal, poniéndonos más quisquillosos, no toleran a las mujeres: esta semana que pasó y la anterior hubo manifestaciones por el derecho de amamantar en cualquier lugar. No es necesario que se fijen si hay dinosaurios recorriendo las calles, esto pasó en Julio de 2016. Aunque, de hecho sí haya dinosaurios recorriendo las calles, y en la Rosada, en fin...
Mientras, la discusión por el futuro del país pasa por una reunión del Presidente con Marcelo Tinelli, denostador de la mujer por excelencia.
 
En la saga de George R. R. Martin, y en su adaptación telvisiva, Juego de Tronos, el mundo patriarcal va menguando paulatinamente la testosterona, para dar lugar a las verdaderas protagonistas: Cersei Lannister, la reina loca; Olenna Tyrrell, la reina de las espinas; Ellaria Arena, la reina de las serpientes; Sansa Stark, la reina en el Norte... pero la legítima reina monta a lomos de dragón, rompe cadenas de opresión, y se llama Daenerys de la Tormenta. El paralelismo con Evita puede trazarse hasta en el peinado, como me sugería el amigo programador, pero, sobre todo, es en el fervor que le profesan los esclavos libertos, que claman por esa ¡mhysa!, esa madre (en lenguaje alto valyrio), donde el símil cobra más fuerza.
 
Hacia el final de sus días, Eva escribía su dolor ante un cuerpo que la traicionaba y ante una deuda que creía tener con su pueblo, por dejarlo a medio camino en una lucha que recién comenzaba. Cristina terminó su mandato y se despidió de su pueblo con una plaza multitudinaria, advirtiendo que la sociedad debía politizarse a pesar de las estructuras, sabiendo que la iban a perseguir. Milagro escribe desde la cárcel que está cansada, el encierro le quita las fuerzas y marchita su espíritu: es una guerrera, está hecha para la lucha, sin ella, vituperada y relegada al olvido, se consume como la llama de una vela. Su organización pierde una líder, y el pueblo un cuadro político.
 
El poder está más cada vez más concentrado, los medios, los empresarios, los políticos y el sistema judicial marchan a pies juntillas, pero a contramano del pueblo que, dicen, es el verdadero soberano. ¿Pero de qué vale una corona o una democracia, si no se tiene poder? Ya lo dijo la madre de pingüinos: construyan un frente cívico ciudadano, organícense.
 
El enemigo está aquí, igual que el invierno. Y nosotros no tenemos dragones, pero tenemos la política.
 
 
Juan Bautista Martínez (Columnista)

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