jueves, 21 de julio de 2016

MEMENTO MORI



En lo que nos ha llegado hasta nuestros días como su “Carta a Meneceo”, Epicuro reflexiona sobre el miedo a la muerte, así como sobre su improcedencia: ya que lo que nos afecta, afecta nuestras sensaciones, la muerte, por ser privación de sensación, no tiene modo de afectarnos. Cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando está presente, entonces ya no somos. Ésta es, para el sabio de Samos, el corolario natural para la vida, y con total naturalidad debemos encararlo. Asimismo, exhorta a quienes renieguen de la preciosidad de la vida a abandonarla si, al fin y al cabo, en sus manos está el hacerlo.

De esta guisa, Alejandro Dolina afirma que la muerte no es para nosotros un problema que debamos resolver, sino una fatalidad a asumir, para vivir mejor. Comprendiendo que somos mortales y aceptándolo, podemos vivir más plenos y con menos ataduras.

Entonces, nuestra mortalidad no puede angustiarnos, salvo cuando la vemos en los demás: ante la vulnerabilidad ajena, estamos desarmados. Un caso especial se da cuando ésta llega por la propia mano del occiso. Si la vida es tan preciada, lo más preciado, el bien supremo, la propia vida con más razón, resulta inconcebible que alguien quiera renunciar a ella. El suicidio es la muerte resultante de un acto consciente de la víctima, cuando ésta tenía por finalidad acabar con su vida.
Pero la cuestión no se agota con la muerte, sino que debería abrir un re-planteamiento hacia la vida: es en la vida del caído donde adolecen las causas de dicha renuncia. Pero tampoco éstas acaban allí, se extienden hacia y, a su vez, proceden de, la vida social. Están operando activamente sobre toda la sociedad, aunque sólo consigan un determinado número de resultados.

Uno de los fundadores de la Sociología, Émile Durkheim, sienta los postulados de su ciencia, a través de un trabajo de investigación cualitativo y cuantitativo acerca las naturalezas del suicidio o, mejor dicho, de los suicidios. Por más críticas que se le plantearan más adelante, su labor es ineludible para cualquiera que se interese por esta temática. Durkheim establece que la sociedad es algo más que la suma de las individualidades que la conforman. Acordando con los lineamientos más generales de la gestalt, “más que la suma de las partes”; por ende, la sociedad, como estructura independiente de sus integrantes, los trasciende, los condiciona y los limita. En el individuo, a su vez, operan cuestiones individuales muchas veces antagónicas a estos condicionamientos. Existe un grado de acuerdo en este antagonismo, más allá del cual anidan los conflictos y las frustraciones.
En una especie de sacrificio de sangre, toda sociedad moderna vive con la certeza de que una porción, menor pero constante, se sentirá más inclinada que otra a poner fin a su propia existencia, y dentro de esa porción, habrá quienes lo lleven a cabo. Cuanto más opresivo se nos presenta el ambiente de una sociedad, cuanto mayor sea el conservadurismo y la refracción a lo nuevo o lo desconocido, mayor será el nivel de conflicto, y directamente proporcional el número de víctimas por su propia mano que esa sociedad en cuestión pueda generar.

En las sociedades con fuerte presencia del cristianismo católico como ideal supremo de virtud y espiritualidad, con la carga patológica que éste acarrea desde su época más oscura, esta opresión se nos hace más patente. Resulta increíble, en nuestro siglo de modernidad vanguardista, con revoluciones en todos los frentes (informática, tecnológica, sexual, social, etc.), que se siga erigiendo a jóvenes buen mozos y célibes y vírgenes padecientes, para exaltar la pasión de los fieles, buscando encauzarla a la santidad. Hoy día, el catolicismo es un anacronismo grosero: nada de lo que postula puede tomarse en serio. No lo digo como opción particular, que cada quien es libre de creer lo que le venga en gana; sino cuando se le quiere conferir oficialidad en una sociedad que presenta grados de diversidad muy ricos. La Iglesia no debería tener presencia en los asuntos de la vida civil, el Estado debiera ser laico, y un sinfín de etcéteras que no parecen navegar hacia buen puerto, de momento al menos. Esto puede verse con mayor detalle en los pueblos y ciudades más chicos, en el interior del país.

Nogoyá es un pueblo mediterráneo en una provincia bordeada de ríos. Fue fundada formalmente por el presbítero Fernando Andrés Quiroga y Taboada, en el año 1782, alrededor de la figura de la Virgen del Carmen y de lo que más tarde sería la Basílica dedicada a la madre de Cristo en una de sus personalidades múltiples. Por lo tanto, desde su misma concepción, se encuentra imbuido de catolicismo. Tanto que su aniversario es una fiesta cívico-religiosa: más religiosa que cívica.
Con todos estos elementos reunidos en un mismo lugar y tiempo, no es de extrañar que suceda aquí, desde hace ya algunos años, que el índice de suicidios por habitantes se mantenga alto. En su mayoría jóvenes, los casos constituyen un fenómeno que preocupa a gran parte de la sociedad y que nos ubica, como a Damocles, bajo una espada pendiente de un cabello, que en cualquier momento cae sobre la cabeza de alguno, que puede ser cualquiera.

En el año 2005, que fue el epicentro de las tendencias suicidógenas, se buscó, desde el Municipio y con participación de vecinos de la ciudad, ponerle un freno a la catarata de decesos auto infligidos, creando una red de ayuda telefónica para las personas en crisis que consideraran acabar con su vida. La buena intención está, pero no deja de ser un parche. Si es el sistema el que produce la anomia, la tristeza desesperada y el sinsentido vital, a menos que se lo cambie no puede haber mejora, sino apenas un paliativo a la desesperación. Una de las especialistas responsable en conjunto de la iniciativa, la psicóloga Stella Cístola, de la vecina ciudad de Victoria, refería, por aquel entonces, que tan trágicos sucesos suelen ser comunes en localidades tan cerradas como las nuestras, donde las personas se guardan su dolor y se comían sus problemas. Aunque no descartaba una secta. Sin ir más lejos, la Iglesia funciona como una secta de puertas abiertas, cuya masividad le concede venia para declamar sus postulados como verdad absoluta. Pero también juegan fuerte otras cuestiones: falta de oportunidades; ser considerada una ciudad de paso; condiciones de trabajo paupérrimas; y, en muchos casos, la ausencia total de empatía salvo que se trate de husmear y juzgar la vida ajena.
Según un estudio cuantitativo de los casos de suicidio en Nogoyá, durante el período comprendido entre los años 2004 a 2010, realizado por la Facultad de Ciencia y Medicina de la Salud, perteneciente a la Universidad Abierta Interamericana con sede en la ciudad de Rosario, sobre un total de 53 casos, se destaca la mayor frecuencia de masculinos sobre femeninos, la juventud (aunque no de manera privativa), y el método más utilizado, como ser el ahorcamiento. Siendo, a su vez, más frecuente entre los períodos de verano y durante las horas de la noche; quizás porque de noche se nos hace más real la Gorgona y nos atrevemos a mirarla... quién sabe.

La impotencia es inmediatamente consecutiva a la tristeza, al decirle adiós a quienes no supimos ayudar, sobre todo cuando no pudimos ver que necesitaban ayuda.

En su tractat del lobo estepario, dentro de su obra homónima, y retomando un poco a Durkheim acerca las fuerzas exteriores, Hermann Hesse afirma que la tendencia suicidógena puede llegar a tener como corolario un atentado contra la propia vida, por parte del padeciente, pero tal no significa que cuando no se produjera deceso, dicha tendencia dejaría por ello de existir: en estos casos se transforma en modus vivendi, y, de este modo, los suicidas proliferan, aunque sin matarse.
La cuestión así planteada parece una bomba de tiempo, matemáticamente hablando: si el suicidio, o los suicidios, en su consideración sociológica, reproduce el estado moral de una sociedad determinada, y si en nuestra sociedad local, al estado moral lo regula la Iglesia y la Virgen del Carmen, la escultura de Quiroga y Taboada no tiene las manos del todo limpias en este decurso.

Hay un enorme llamado de atención, a sanear nuestra moral, o inventarnos otra: esta, evidentemente, no sirve.

Por último, la cuestión individual, pues cada suicidio a priori lo es, tiene en cuenta los demonios de cada uno, al decir de Stephen King: los monstruos son reales, los fantasmas también, viven dentro de nuestra mente y, a veces, ellos ganan.

La vida es potencialidad, un abanico abierto de oportunidades, aprender a verlas todas o ampliar la mirada puede resultar difícil, pero es necesario aprender a amalgamar la vida social con la individual. Para no vivir en una contradicción irresoluble, que nos pueda costar la vida, debemos aprender a amar ésta, con la muerte incluída.

Memento Mori: recuerda tu mortalidad. Pero antes, vive.



Juan Bautista Martínez (Columnista)



Fuentes:

- “El suicidio” - Émile Durkheim

- “El lobo estepario” - Hermann Hesse

- “Carta a Meneceo” - Epicuro

- “La venganza será terrible” - Alejandro Dolina (programa de Radio)

- “El Anticristo” - Friedrich Nietzsche

- “Estudio epidemiológico de los suicidios en el Departamento Nogoyá, Entre Ríos, en el periodo comprendido entre el 1o de enero de 2004 y 30 de setiembre de 2010” - Mercedes A. Moreira Savino (Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud – Universidad Abierta Interamericana)



Ilustración:

- Banksy



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