En lo que nos ha llegado hasta nuestros
días como su “Carta a Meneceo”, Epicuro reflexiona sobre el miedo a la muerte,
así como sobre su improcedencia: ya que lo que nos afecta, afecta nuestras
sensaciones, la muerte, por ser privación de sensación, no tiene modo de
afectarnos. Cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando está
presente, entonces ya no somos. Ésta es, para el sabio de Samos, el corolario
natural para la vida, y con total naturalidad debemos encararlo. Asimismo, exhorta
a quienes renieguen de la preciosidad de la vida a abandonarla si, al fin y al
cabo, en sus manos está el hacerlo.
De esta guisa, Alejandro Dolina afirma que
la muerte no es para nosotros un problema que debamos resolver, sino una
fatalidad a asumir, para vivir mejor. Comprendiendo que somos mortales y
aceptándolo, podemos vivir más plenos y con menos ataduras.
Entonces, nuestra mortalidad no puede
angustiarnos, salvo cuando la vemos en los demás: ante la vulnerabilidad ajena,
estamos desarmados. Un caso especial se da cuando ésta llega por la propia mano
del occiso. Si la vida es tan preciada, lo más preciado, el bien supremo, la
propia vida con más razón, resulta inconcebible que alguien quiera renunciar a
ella. El suicidio es la muerte resultante de un acto consciente de la víctima,
cuando ésta tenía por finalidad acabar con su vida.
Pero la cuestión no se agota con la muerte,
sino que debería abrir un re-planteamiento hacia la vida: es en la vida del
caído donde adolecen las causas de dicha renuncia. Pero tampoco éstas acaban
allí, se extienden hacia y, a su vez, proceden de, la vida social. Están
operando activamente sobre toda la sociedad, aunque sólo consigan un
determinado número de resultados.
Uno de los fundadores de la Sociología , Émile Durkheim,
sienta los postulados de su ciencia, a través de un trabajo de investigación
cualitativo y cuantitativo acerca las naturalezas del suicidio o, mejor dicho,
de los suicidios. Por más críticas que se le plantearan más adelante, su labor
es ineludible para cualquiera que se interese por esta temática. Durkheim
establece que la sociedad es algo más que la suma de las individualidades que
la conforman. Acordando con los lineamientos más generales de la gestalt, “más
que la suma de las partes”; por ende, la sociedad, como estructura
independiente de sus integrantes, los trasciende, los condiciona y los limita.
En el individuo, a su vez, operan cuestiones individuales muchas veces
antagónicas a estos condicionamientos. Existe un grado de acuerdo en este antagonismo,
más allá del cual anidan los conflictos y las frustraciones.
En una especie de sacrificio de sangre,
toda sociedad moderna vive con la certeza de que una porción, menor pero
constante, se sentirá más inclinada que otra a poner fin a su propia existencia,
y dentro de esa porción, habrá quienes lo lleven a cabo. Cuanto más opresivo se
nos presenta el ambiente de una sociedad, cuanto mayor sea el conservadurismo y
la refracción a lo nuevo o lo desconocido, mayor será el nivel de conflicto, y
directamente proporcional el número de víctimas por su propia mano que esa
sociedad en cuestión pueda generar.
En las sociedades con fuerte presencia del
cristianismo católico como ideal supremo de virtud y espiritualidad, con la
carga patológica que éste acarrea desde su época más oscura, esta opresión se
nos hace más patente. Resulta increíble, en nuestro siglo de modernidad
vanguardista, con revoluciones en todos los frentes (informática, tecnológica,
sexual, social, etc.), que se siga erigiendo a jóvenes buen mozos y célibes y
vírgenes padecientes, para exaltar la pasión de los fieles, buscando encauzarla
a la santidad. Hoy día, el catolicismo es un anacronismo grosero: nada de lo
que postula puede tomarse en serio. No lo digo como opción particular, que cada
quien es libre de creer lo que le venga en gana; sino cuando se le quiere
conferir oficialidad en una sociedad que presenta grados de diversidad muy
ricos. La Iglesia
no debería tener presencia en los asuntos de la vida civil, el Estado debiera
ser laico, y un sinfín de etcéteras que no parecen navegar hacia buen puerto,
de momento al menos. Esto puede verse con mayor detalle en los pueblos y
ciudades más chicos, en el interior del país.
Nogoyá es un pueblo mediterráneo en una
provincia bordeada de ríos. Fue fundada formalmente por el presbítero Fernando
Andrés Quiroga y Taboada, en el año 1782, alrededor de la figura de la Virgen del Carmen y de lo
que más tarde sería la
Basílica dedicada a la madre de Cristo en una de sus
personalidades múltiples. Por lo tanto, desde su misma concepción, se encuentra
imbuido de catolicismo. Tanto que su aniversario es una fiesta
cívico-religiosa: más religiosa que cívica.
Con todos estos elementos reunidos en un
mismo lugar y tiempo, no es de extrañar que suceda aquí, desde hace ya algunos
años, que el índice de suicidios por habitantes se mantenga alto. En su mayoría
jóvenes, los casos constituyen un fenómeno que preocupa a gran parte de la
sociedad y que nos ubica, como a Damocles, bajo una espada pendiente de un
cabello, que en cualquier momento cae sobre la cabeza de alguno, que puede ser
cualquiera.
En el año 2005, que fue el epicentro de las
tendencias suicidógenas, se buscó, desde el Municipio y con participación de
vecinos de la ciudad, ponerle un freno a la catarata de decesos auto
infligidos, creando una red de ayuda telefónica para las personas en crisis que
consideraran acabar con su vida. La buena intención está, pero no deja de ser
un parche. Si es el sistema el que produce la anomia, la tristeza desesperada y
el sinsentido vital, a menos que se lo cambie no puede haber mejora, sino
apenas un paliativo a la desesperación. Una de las especialistas responsable en
conjunto de la iniciativa, la psicóloga Stella Cístola, de la vecina ciudad de
Victoria, refería, por aquel entonces, que tan trágicos sucesos suelen ser
comunes en localidades tan cerradas como las nuestras, donde las personas se
guardan su dolor y se comían sus problemas. Aunque no descartaba una secta. Sin
ir más lejos, la Iglesia
funciona como una secta de puertas abiertas, cuya masividad le concede venia
para declamar sus postulados como verdad absoluta. Pero también juegan fuerte
otras cuestiones: falta de oportunidades; ser considerada una ciudad de paso;
condiciones de trabajo paupérrimas; y, en muchos casos, la ausencia total de
empatía salvo que se trate de husmear y juzgar la vida ajena.
Según un estudio cuantitativo de los casos
de suicidio en Nogoyá, durante el período comprendido entre los años 2004 a 2010, realizado por la Facultad de Ciencia y
Medicina de la Salud ,
perteneciente a la
Universidad Abierta Interamericana con sede en la ciudad de
Rosario, sobre un total de 53 casos, se destaca la mayor frecuencia de
masculinos sobre femeninos, la juventud (aunque no de manera privativa), y el
método más utilizado, como ser el ahorcamiento. Siendo, a su vez, más frecuente
entre los períodos de verano y durante las horas de la noche; quizás porque de
noche se nos hace más real la
Gorgona y nos atrevemos a mirarla... quién sabe.
La impotencia es inmediatamente consecutiva
a la tristeza, al decirle adiós a quienes no supimos ayudar, sobre todo cuando
no pudimos ver que necesitaban ayuda.
En su tractat del lobo estepario, dentro de
su obra homónima, y retomando un poco a Durkheim acerca las fuerzas exteriores,
Hermann Hesse afirma que la tendencia suicidógena puede llegar a tener como
corolario un atentado contra la propia vida, por parte del padeciente, pero tal
no significa que cuando no se produjera deceso, dicha tendencia dejaría por
ello de existir: en estos casos se transforma en modus vivendi, y, de este
modo, los suicidas proliferan, aunque sin matarse.
La cuestión así planteada parece una bomba
de tiempo, matemáticamente hablando: si el suicidio, o los suicidios, en su
consideración sociológica, reproduce el estado moral de una sociedad
determinada, y si en nuestra sociedad local, al estado moral lo regula la Iglesia y la Virgen del Carmen, la
escultura de Quiroga y Taboada no tiene las manos del todo limpias en este
decurso.
Hay un enorme llamado de atención, a sanear
nuestra moral, o inventarnos otra: esta, evidentemente, no sirve.
Por último, la cuestión individual, pues
cada suicidio a priori lo es, tiene en cuenta los demonios de cada uno, al
decir de Stephen King: los monstruos son reales, los fantasmas también, viven
dentro de nuestra mente y, a veces, ellos ganan.
La vida es potencialidad, un abanico
abierto de oportunidades, aprender a verlas todas o ampliar la mirada puede
resultar difícil, pero es necesario aprender a amalgamar la vida social con la
individual. Para no vivir en una contradicción irresoluble, que nos pueda
costar la vida, debemos aprender a amar ésta, con la muerte incluída.
Memento Mori: recuerda tu mortalidad. Pero
antes, vive.
Juan
Bautista Martínez (Columnista)
Fuentes:
- “El suicidio” - Émile Durkheim
- “El lobo estepario” - Hermann Hesse
- “Carta a Meneceo” - Epicuro
- “La venganza será terrible” - Alejandro
Dolina (programa de Radio)
- “El Anticristo” - Friedrich Nietzsche
- “Estudio epidemiológico de los suicidios
en el Departamento Nogoyá, Entre Ríos, en el periodo comprendido entre el 1o de
enero de 2004 y 30 de setiembre de 2010” - Mercedes A. Moreira Savino (Facultad de
Medicina y Ciencias de la Salud
– Universidad Abierta Interamericana)
Ilustración:
- Banksy