Según Nietzsche, la tradición patriarcal del judeocristianismo, surgió en contraposición a las culturas matriarcales de pueblos contemporáneos al hebreo, como los canaanitas, donde la preeminencia estaba puesta en la mujer, en su calidad de alumbradora de vida. La subversión de valores que hizo el cristianismo -no digamos ya el catolicismo-, y que nos atraviesa a todos, creyentes o no, las pone en el lugar de factoría humana, so pena de condena eterna. La biología no nos permite a los hombres concebir, ergo, desconocemos -y siempre vamos a desconocer- de primera mano, las consecuencias del embarazo y del parto. Quizás a esto se deba cierta liviandad al momento de juzgar temáticas afines. Informarse es la premisa nodal.
Existen tópicas que requieren una dosis extra de rigor para ser abordadas. Sucede, por ejemplo, con las discusiones acerca de la eutanasia, la despenalización de la tenencia de estupefacientes para consumo personal pero, sobre todo, con la despenalización del aborto.
Mal planteado, decir que se está a favor del aborto es como decir que se está a favor de la esclavitud: suena ilógico, si el argumento es en el contexto de un mayor reconocimiento de derechos; por eso, lo correcto es posicionarse a favor del derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo. Concienciar acerca de que existen situaciones límite, donde la interrupción se torna necesaria para salvar la vida de la madre, por ejemplo. Muchas veces, se esgrimen posturas cerradas, ya sea por SÍ o por NO, que no dan lugar a lo que realmente importa, como es abrir la discusión e informarse acerca de una tópica tan sensible.
Uno de los principales argumentos en contra, salpica la cuestión civil de tintes religiosos: el comienzo de la vida, se da con la concepción. Esto está reconocido mundialmente en los postulados del Pacto de San José de Costa Rica. Pero primero lo reconoció la doctrina cristiana desde la época medieval, que, a esta parte, poco ha cambiado: muchas de las supuestas brujas quemadas en la hoguera, eran mujeres que tenían, entre otros, conocimientos sobre plantas con propiedades abortivas.
La tradición judeocristiana, ha subyugado a la mujer al hombre, atribuyendo a la femineidad el origen de los pecados: fue Eva la que se dejó seducir por la serpiente: parir a sus hijos con dolor, no es sólo consecuencia de su curiosidad, sino el papel que el Todopoderoso le asignó. Y punto. De esta suerte, defender el aborto se traduce en defensa del asesinato. Nada más lejos.
Los autoproclamados defensores de la vida, inmediatamente recogen las líneas cuando se les pregunta si la vida de la, llamémosle presunta, madre vale tanto como la del embrión que dicen defender. Las razones invocadas, apuntan a que se protege tanto a la madre como al feto. Haciendo, por un momento, la vista gorda ante la inhumanidad de las prácticas que avalan con su indiferencia y con su negativa tajante, nadie duda de sus buenas razones, pero lo cierto es que ese embrión es parte de la madre. No se niega que haya vida, pero ésta depende enteramente de la voluntad de la mujer y, fundamentalmente, de su cuerpo, para el desarrollo. [Como nota de color, muchas de estas personas suelen estar en primera fila en el reclamo a favor de la pena de muerte y engendros similares.]
Si bien es un tema que afecta directamente a las mujeres, se trata de una problemática transversal: René Favaloro, paradigmático en nuestra sociedad no sólo en su calidad de médico, como médico de calidad, sino como pensador contemporáneo y agente comprometido con su entorno, sostuvo en ocasión de una entrevista que le hiciera el diario “La Gaceta”, en el año 1997, la necesidad de que se diera dicha discusión en nuestra sociedad, porque, cito: “los ricos defienden el aborto ilegal para mantenerlo en secreto y no pasar vergüenza. Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres para que las ricas aborten en secreto. Se nos mueren nenas en las villas y en los sanatorios hacen fortunas sacándoles del vientre la vergüenza a las que tienen plata. Con el divorcio decían que era el fin de la familia y sólo fue el fin de la vergüenza para los separados ilegales. Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar”.
Sin ambages, quien fuera reconocido globalmente como una lumbrera en cardiología, pone el acento en la hipocresía imperante, y nos escupe: el aborto existe, que no debatamos sobre él no lo hace menos real.
Pero también se desprende otra cuestión: quienes defienden el estado de clandestinidad, son quienes más lucran con él. Se pagan cifras exorbitantes por someterse a prácticas inseguras, insalubres y ajenas a cualquier atisbo de contención psicológica. El contexto proporciona todos los elementos para crear un clima de estar-haciendo-algo-mal, a una situación ya de por sí compleja, como es decidir dicha interrupción. El destrato, la falta de garantías, terminan, muchas veces, afectando negativamente la salud no sólo física, sino también mental de las pacientes, que se ven manipuladas como mercancía, en ambientes que pueden ir desde una clínica, en el mejor de los casos, hasta domicilios privados sin la asepsia necesaria para evitar posibles infecciones; y/o médicos fantasma que nunca muestran la cara.
Desde los movimientos feministas, se exige una mayor consciencia, y se reclama que la mujer deje de ser puesta en el lugar de mera incubadora, obligada por la sociedad y la tradición, a procrear. Obligar que una persona sea obligada a engendrar vida, ignorando los riesgos y consecuencias que conlleva el embarazo, es una postura que revela, cuanto menos, desconsideración. Cuando la condena social dictamina que la mujer tiene que hacerse cargo por su descuido al momento de tener sexo, tácitamente está determinando que el placer le está vedado, y que al infringir esa consigna debe pagar el precio. Quiera o no.
Pero además, hay otras implicancias: para despenalizar o directamente, legalizar el aborto, hace falta contar con la infraestructura adecuada en los hospitales públicos para asistir a las pacientes. Otro punto a considerar es garantizarles asistencia psicológica, para que puedan determinar por sí mismas si están en condiciones de interrumpir la gestación; sobre todo cuando se trate de menores de edad, y que no sean los padres quienes tomen esta decisión.
Aunque a día de hoy, como sociedad, hemos demostrado estar a la altura de discusiones profundas y democráticas, avanzamos poco y nada en materia legislativa en lo que a despenalizar el aborto se refiere: a lo sumo, contamos con una modesta jurisprudencia, del todo loable. Mientras tanto, el sistema se seguirá cobrando la vida de aquellas que no puedan pagarse un clínica privada, muchas veces con la premura de no querer traer un hijo a un mundo donde ser pobre es un estigma cada vez más violento; perpetuando la reproducción social de cara al futuro.
Debemos reconocer que no basta con educar en el correcto uso de anticonceptivos, si no somos capaces de ampliar el horizonte, para que entremos todos; y romper, de una puta vez, con la letanía religiosa que despoja del derecho de decidir sobre el propio cuerpo para salvar el alma.
Juan Bautista Martínez (Columnista)
Fuentes:
Colaboraciones especiales:
- Dana Godoy
- Eloísa Olmedo
- Milagros Martínez
- Anita Martínez
Ilustración:
- Rosenfeldtown - “Brujas” (para la revista THC)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario