Sísifo tenía fama de impetuoso, obstinado, embustero, y se decía que asesinaba viajeros para hacerse con sus propiedades. Se cuenta que encadenó al mismo Tánatos, dios de la muerte, cuando éste vino a buscarlo. Con esto provocó que no hubiese más muertes en el mundo, hasta tanto el dios no fuera liberado. También se las ingenió para escapar del reino de Hades, y volver a la tierra, negándose a regresar al inframundo, al que sólo pudo ser devuelto por Hermes. Como castigo, el rey de Éfira fue obligado a empujar una inmensa roca hasta la cima de una montaña, constantemente, sólo para que, una vez en la cúspide, la roca vuelva a rodar hacia abajo... y vuelta a empezar. Así, por toda la eternidad.
Entre la diversidad de interpretaciones que ofrece el universo mítico, muchos autores, toman este relato en particular, como alusión a lo absurdo. La labor de Sísifo es del todo inútil, por lo tanto, su esfuerzo constituye un enorme absurdo.
Me interesa establecer una analogía entre esta historia y la situación socio-política en nuestro país, durante los últimos treinta años, teniendo en cuenta que nos hallamos a 27 años de la asunción de Carlos Menem como presidente de la Argentina, en el año 1989; y quien, seis años más tarde, sería re-electo.
La campaña electoral de Menem estuvo atravesada: a) por una hiperinflación, producto de la multimillonaria deuda que los milicos nos dejaron, entre ellas las de Sevel y la flia. Macri; b) por el golpe que los mercados llevaron a cabo contra el líder radical, en escarmiento, para demostrar cómo debía gobernarse; y c) por la caída del Muro de Berlín, que significó el fin del mundo bipolar, con la URSS y los EEUU disputándose la hegemonía global. No es de extrañar, entonces, que el riojano apelara a un mensaje cuasi-mesiánico: en medio del caos mundial, él (y sólo él), podía salvar a este país, que amenazaba con quedar a la deriva, en un océano de supuesta incertidumbre.
Una de las primeras iniciativas de los Estados Unidos como potencia unívoca, tras la crisis económica de los años '70, fue el mentado Consenso de Washington, un pliego de tan sólo 10 puntos, emanado directamente del FMI y del Banco Mundial, que sentaba las condiciones que los demás países, empleados del gran hermano del Norte, debían adoptar fronteras adentro, a fin de “pertenecer” a la maquinaria capitalista mundial, y no sucumbir ante el enorme problema que significaban las deudas externas. Entre los más relevantes, podemos destacar: una mayor dilatación respecto a la inversión extranjera, disciplina fiscal, privatización de empresas públicas, desregulación del mercado laboral interno y protección de la propiedad privada, con la consecuente desprotección de los seres humanos, entre otros.
La celeridad con la que Carlos Menem abandonó el discurso salvador, de “salariazo” y “revolución productiva”, es digna de mención: adoptar el pliego de Washington se transformó en la prioridad Nº 1. Se aprobaron la Ley de Reforma del Estado y la Ley de Emergencia Económica. Por medio de esta última, se suspendieron las transferencias estatales y, con ello todo tipo de ayuda que el Estado pudiera brindar. No es difícil suponer que, en medio de la recesión generalizada, una política económica que tendiese a brindar solaz al grueso de la población, era contraria al sentido último del mandato norteamericano, reproducido aquí con inigualable fidelidad. La primera, por otra parte, abría el juego a un sistema de privatizaciones que, con el pretexto de desarticular el monopolio estatal de los servicios públicos, hizo posible que, en cada sector, las empresas adjudicatarias ejercieran un monopolio sin parangón: YPF, Aerolíneas Argentinas, Entel, Gas del Estado, Obras Sanitarias de la Nación, Caja de Ahorros y Seguros, Seguridad Social, Aeropuertos, Correo, el Mercado de Haciendas de Liniers, Energía eléctrica, ferrocarriles, plantas siderúrgicas, canales de TV. En palabras del Ministro de Obras y Servicios Públicos, José Roberto Dromi: nada de lo que deba ser del Estado, permanecerá en manos del Estado. “A confesión de partes, relevo de pruebas”, reza el aserto.
De la mano de Menem, llegaron también los indultos a los genocidas, y el intento de ocultar bajo la alfombra los años de plomo y lo que significaron. Además de absolverlos penalmente (la Iglesia los había absuelto cuando volvían de los vuelos de la muerte), por los crímenes de lesa humanidad, no se cuestionaría ya quiénes fueron los socios económicos de la dictadura, sus financistas. Al igual que el Consenso de Washington, la dictadura respondía a un proyecto más amplio, concebido bajo el título de Plan Cóndor. Como Franz Fanon, nosotros podemos aseverar que Oriente y Occidente son otro mito: el mundo se halla dividido entre los de arriba, y los de abajo. No nos extrañe, entonces, que toda la mierda nos venga de arriba. Hay una sentencia, muy cierta y dolorosa, que dice que la historia se repite, primero como tragedia y luego como comedia: el plan, como Sísifo y su roca, volvía a ponerse en marcha.
Menem fue el modelo de político que el capitalismo imploraba: dócil, mediático y genuflexo. En un contexto donde los tecnócratas celebraban la muerte de la historia y las ideologías, el riojano y su asiduidad a los programas de Mirtha Legrand, Susana Giménez y Marcelo Tinelli -la tríada mediática que monopolizaba la cultura de la pizza con champán-, sus paseos en ferraris último modelo, su devoción al botox, su gusto naif por el golf, etc., era el ejemplo vivo de que no hacía falta sembrar el terror desde el aparato represor estatal: bastaba con multiplicar los televisores y privatizar los canales. Lo demás, vendría por añadidura.
La lubricidad de la casta política del menemato, que incluía también a una oposición cooptada por el boom neoliberal, insistía en llamar relaciones carnales con los Estados Unidos, a lo que era, visiblemente, una violación en toda regla. Eufemismos malintencionados, como flexibilización laboral, invocada en nombre de la competitividad, servían para encubrir un mecanismo de atomización de los trabajadores, y engrosar las filas de desempleados que de por sí proliferaban. La mentira de la convertibilidad, el famoso 1 a 1, produjo una situación ilusoria de estabilidad, para una clase media en grave peligro de extinción. Como si la roca no fuera lo suficientemente pesada, en materia educativa, el Banco Mundial mandaba desfinanciar la inversión en educación, en pos de poder soportar mejor el pago de la deuda. Tal como está sucediendo en estos momentos, donde el congelamiento del presupuesto universitario ha suscitado multitudinarias manifestaciones en diversos lugares del país, aunque los mass-media elijan ignorarlas; en aquel entonces, el arancelamiento y subsidio privado para todos los niveles, y el corrimiento de la figura del Estado como garante de la educación, se hallaban en consonancia con la corriente privatizadora y con el desguace del sector público.
En cuanto a la deuda y la actualidad, Domingo Felipe Cavallo, asumió como Ministro de Economía en 1991, aclamado por los sectores neoliberales al ser reconocido como el estatizador de las deudas privadas de los grandes grupos económicos durante la dictadura: sí, por más que moleste, la deuda de la familia Macri incluída. En retribución, en el año 2015, un sobreseído Cavallo se paseó por todos los medios que le dieron lugar, declarando que su candidato era Mauricio Macri. Para Macri, Menem fue un reconstructor del país. Puede verse como todo queda entre socios.
La Justicia se había transformado en una parodia de sí misma, al aumentar de 4 a 9 los miembros de la Corte Suprema de Justicia, consiguiendo una ridícula mayoría que no ponía en tela de jucio, irónicamente, ninguna de las decisiones presidenciales; y garantizar, por otra parte, que ninguna de las causas en su contra prosperara.
En el año '92, se producen los atentados contra la AMIA y contra la embajada de Israel. El saldo es de 116 muertos y alrededor de 550 heridos. La pista de complicidad salpica al presidente y su entorno, como también a altos mandos de las fuerzas de seguridad. Entre estos últimos, quien destaca sobre los demás, es Jorge “Fino” Palacios, a quien Mauricio Macri, en el año 2009, en medio de críticas encendidas, y con una fuerza negadora sin igual, nombrará al frente del esperpento que significará su policía metropolitana, teniendo como referente inmediato a la Unidad de Control de Espacios Públicos (UCEP), organismo creado a fin de golpear y remover gente en situación de calle.
Pese a la combatividad que la CGT demostrara en la década anterior, durante el sultanato de Menem se hará oir recién a partir del año '98, con dos huelgas generales. En contraposición, se crearán la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC).
La caída de la imagen de Carlos Menem, mimado por los medios de comunicación, se dio recién cuando los escándalos por corrupción tomaron las dimensiones de una vaca dentro de un ascensor, atravesando a toda la clase política, pero también a los sectores empresariales, que especulaban con enriquecerse a costa del escaso control estatal. En 1997, la ALIANZA (UCR – FrePaSo), consigue una significativa victoria en las elecciones legislativas y sentará un precedente para las ejecutivas a celebrarse dos años después. A estas alturas, la bonanza ficticia era un recuerdo. El caos social no podía dejar de reflejarse en los medios. La roca en la cima y despeñándose...
Acusado por asociación ilícita, estuvo recluído 167 días en una quinta en Don Torcuato, en el año 2001. El mismo año en que se desató la tempestad, cuyo viento se sembrara diez años antes. Desde allí participó de algunos sketchs para El show de VideoMatch.
Lejos de retirarse de la vida política, el riojano sigue siendo integrante del PJ, y, aunque parezca una burla, su voz sigue teniendo algún peso. Incómodamente, para algunos de nosotros -sino para la gran mayoría-, como Senador por el Frente para la Victoria, Menem es como un tío que en las reuniones familiares se pone en pedo y nos hace pasar vergüenza. Más, si tenemos en cuenta que a su edad, con juicios encima por tráfico de armas a Croacia y Ecuador durante su mandato, goza de una impunidad apabullante, además de una jugosa jubilación como ex-presidente. Menem no es como Sísifo, sino como su piedra.
En cuanto al absurdo, el eterno retorno al que, parece, estamos condenados, el discípulo predilecto de Carlos Saúl, Mauricio Macri, tomándolo como referencia, envió a los Estados Unidos un documento titulado Argentina: land of opportunities (Argentina: tierra de oportunidades). En busca de inversiones extranjeras, y con espíritu similar al del Consenso de Washington, destaca el clima de prosperidad que dejó el mandato anterior, aunque de cara al pueblo hable de pesada herencia y, para los medios, el país hubiese estado a punto de explotar.
La gran diferencia con el mito, es que nuestra situación no se debe a la fatalidad. Como afirma Galeano, no es un oscuro designio de los astros, ni un castigo de los dioses: nosotros somos los responsables últimos, elegimos la montaña más empinada y la roca a la cual empujar. Las únicas formas de romper esa rueda, parecen ser: empujar todos juntos, o dejarnos aplastar por el peso de la piedra.
Juan Bautista Martínez (Columnista)
Referencias:
- Breve historia contemporánea argentina - Luis Alberto Romero (Fondo de Cultura económica de Argentina, 1994)
-¿Qué pasó en eduación argentina? Desde la conquista hasta el menemismo - Adriana Puiggrós (Kapelusz, 1996)
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