El tratado de Versalles (1919), no sólo significó el final de la Primera Guerra Mundial, sino la aceptación, por parte de Alemania, de toda la responsabilidad por el conflicto. Como penitencia, el país teutón perdió una parte considerable de su territorio, además de tener que indemnizar a las potencias vencedoras, y restringir el uso de su ejército.
El sentimiento nacional hubo de verse ultrajado por dicha aceptación de cargos y, en este contexto, se produce la caída de la República de Weimar, en el año 1933, y el ascenso de Adolf Hitler y el régimen nazi al poder. Todos sabemos cómo se viene la mano a partir de aquí.
Determinar que el apoyo al nacionalsocialismo se debió pura y exclusivamente al patriotismo herido, sería parcial. El pueblo alemán se sometió de buena gana al régimen, porque creía, tenía fe en la palabra del líder.
El psicólogo social (o sociólogo psicológico), Erich Fromm, se ocupó de desentrañar las profundas raíces de ese autosometimiento, extrapolando las herramientas del psicoanálisis a los procesos históricos.
¿Cómo el ser humano tiraba por la borda siglos de luchas por la libertad?
¿Cómo, después de haber conseguido romper cadenas tan pesadas, los seres humanos volvíamos (y volvemos) a preferir una seguridad ilusoria, en la figura del líder, antes que la libertad de construir colectivamente una sociedad más inclusiva, más igualitaria o más, sencillamente, humana?
Un análisis de “El miedo a la libertad”, la obra de Fromm a la que estamos haciendo referencia, supone un desafío que correspondería a un trabajo académico, para el que no disponemos de tiempo, por eso vamos a limitarnos a resaltar, a grandes rasgos, algunos de los motivos que el pensador señala como más importantes.
El hombre, nos dice este pensador, se había impuesto sobre la naturaleza, se había liberado de la presión de la Iglesia y del Estado. Se pensaba, entonces, que los sistemas autoritarios, como el nacionalsocialismo alemán o el fascismo italiano, no hallaban asidero en el mundo moderno. Eran explicados mediante la locura de algunos pocos. Otra explicación tenía como argumento que, en estos países, el problema se debía a un ejercicio débil de la democracia, por lo tanto era cuestión de tiempo nada más el que se alcanzara la madurez necesaria. Lo cierto es que el fascismo, en cualquier Estado contemporáneo, de los que Alemania e Italia fueron el paroxismo, tiene lugar porque las personas se lo damos. O, mejor dicho, porque nosotros lo deseamos, al sentirnos indefensos con nuestra libertad.
El filósofo argentino José Pablo Feinmann, se plantea la imposibilidad de la existencia de Dios y Auswitchz al mismo tiempo. Los números del horror, hablan de 60 millones de asesinados entre los campos de exterminio, los trabajos forzados, los experimentos médicos, las cámaras de gas, los enfrentamientos armados y las bombas atómicas. Slavoj Zizek, otro filósofo contemporáneo, de origen esloveno, toma el testimonio de una superviviente del Holocausto, y señala que del horror puede aprenderse, pero no necesariamente. El horror es eso, y no debería existir.
“En una guerra, la primera víctima es la verdad”, la frase, que nos citó el maestro Xavier Reik, hace algunos años, en un análisis acerca de la situación socio-política de Libia tras la invasión norteamericana y el fusilamiento de Khadaffi; bien podría pertenecer a Sun Tzú o a Maquiavelo. Joseph Goebbels, ministro de propaganda hitleriano, sentó las bases del sistema publicitario actual. Toda publicidad es una falsedad, dirigida al más elemental de los ciudadanos, con el fin de abarcar todo el espectro de potenciales consumidores. Es decir, a todos. Valiéndose de ésta, el nazismo estableció su hegemonía, y los aliados, mediante el mismo recurso, se transfiguraron en los héroes absolutos, y justificaron la suelta de las armas de destrucción masiva más peligrosas del mundo, en Hiroshima y Nagazaki.
Tal vez a esto se deba la sobre-explotación hollywoodense de la figura de Hitler, encumbrándola como si fuera un demonio omnipotente, despojándola de toda humanidad y cercenando de cuajo cualquier posibilidad de análisis histórico de las causas y consecuencias. Vemos, un poco, cómo desde ambas partes se juega con la deshumanización, puesto que para los nazis, judíos, negros, homosexuales, gitanos, etc., constituían una especie de sub-humanidad. Para ellos, el ideal del ario supremo justificaba ciegamente la barbarie: había que purificar la raza, la raza humana. Pero también para nosotros es fácil caer en la ambigüedad de la justificación positivista: es el ser humano, en efecto, el hacedor último del horror, éste no proviene de un mandato divino, por más venia vaticana con que se contara.
Poco se habla de las multinacionales que se vieron más que beneficiadas, como Coca-cola o Hugo Boss; ni de los organismos financieros que aportaron al conflicto, como la todopoderosa familia Rotschild, propietaria de la cadena de bancos más importantes y miembros del club Bilderberg, junto a los demás ideólogos del Nuevo Orden Mundial. Sí, la vida es bella.
Establecer dónde acaba el hecho histórico y empieza la propaganda yanqui se vuelve un desafío, si tenemos en cuenta que la historia la escriben los que ganan. Además de que resulta sumamente fácil ser tildado de antisemita, si uno se atreve a indagar un poco en el relato oficial de los Estados Unidos.
Este postula, entre otras cosas que se derivan luego, que el sistema capitalista funciona como garantía para la libertad. Liberalismo, libre comercio, libre cambio, libre etc. Pero usar -y abusar- de un término para adjetivar un algo, no hace de ese adjetivo algo real, sino que lo impone por mera repetición; Goebbels puro: “miente, miente, que algo quedará”.
Quisiera articular un poco la doctrina goebbeliana con el concepto de libertad de prensa. El Martes 03 de Mayo se celebraba esta otra mentira sistemática, difundida y defendida a capa y espada. Aclaremos, para que no nos repudien infundadamente, que siempre vamos a estar a favor de que cualquiera pueda expresarse, pero ¿puede ser esto posible si el espectro mediático continúa sin democratizar? Respuesta retórica para una pregunta de igual naturaleza.
Honestamente, creo que es muy entristecedor ver y oír cómo los profetas de la propaganda macrista hacen alardes de la libertad de prensa, a la vez que eligen callar el despropósito que se ha hecho con la Ley de Servicios de comunicación audiovisual, la disolución del AFSCA, el cierre de medios y el despido de periodistas más que calificados. La libertad de prensa se cambió deliberadamente por lobby mediático, y la única realidad que parece existir es la que dicen los oligopolios mediáticos que existe: que Macri es un empresario honesto y que la novela con más raiting es la de Lázaro Baez. No hay inundados ni situación de emergencia, ni despedidos -insisto-, ni devaluación.
Una realidad, es que la libertad, lejos de ser una garantía para todos, es un privilegio para los que más tienen. La igualdad de oportunidades, esa meritocracia que postula cínicamente una publicidad de rodados muy actual, es una mentira odiosa que no toma en cuenta la injusticia inherente a un sistema que propicia la explotación del hombre por el hombre, la concentración de riquezas y la miseria estructural. Los países periféricos, que históricamente hemos financiado el desarrollo de las potencias de turno, sabemos que las recetas económicas del capitalismo central sólo alimentan las desigualdades sociales y, por ende, la injusticia.
Los ciclos de la economía central, sí o sí, en algún momento nos dejan, hablando mal y pronto, con el culo al aire, cuando no en una crisis terminal, como nos pasó en 2001, y como le sucedió en estos últimos años a España, Portugal, Islandia y Grecia. A propósito de esta última, vale destacar el avance de grupos neonazis, como el denominado Amanecer dorado, inconcebible en un contexto que no sea el de una crisis del sistema, como no se experimentaba desde los años de la Gran Depresión. Por ende, una cosa no puede existir sin la otra. La desigualdad genera inseguridad: ¿de qué nos sirve esa libertad, por lo demás ficticia, si no vamos a tener ni para comer?
Retomando un poco el tema de los ciclos económicos, la recesión que estamos atravesando en el país, que nuestro gobierno ha decidido paliar deshaciéndose de los argentinos, en primer lugar, también ha conseguido catalizar ese espíritu fascistoide -que, por otra parte, siempre ha estado vigente- en grupos como Los Pampillones en Mar del Plata, identificados con el neo-nazismo, o directamente vinculados al gobierno nacional, como los agresores de los integrantes de Boca es pueblo, el pasado miércoles 05 de Mayo. Pero la libertad de empresa habla de Lázaro Baez.
Celebrando los 71 años de la deposición de armas, por parte de Alemania, cabe cuestionarnos, como Walter Graziano, si no será Hitler quien realmente ganó la guerra.
Nosotros, por nuestro lado, asistimos a otro armisticio, más visceral, más doloroso: el de la entrega tanática de nuestra soberanía mental, a la misma derecha oligarca y bruta que nos paseó en pelotas durante más de la mitad de nuestra corta experiencia democrática. Lo dijo la propia Gobernadora de la Pcia. de Buenos Aires, María Eugenia Vidal: “venimos a cambiar futuro por pasado”. Lo que no sabíamos, era que se refería a uno tan funesto.
Juan Bautista Martínez (Columnista)
Referencias:
- “El miedo a la libertad” - Erich Fromm
- “Hitler ganó la guerra” - Walter Graziano
- “Filosofía y religión - Clase Nº 2” - Jose Pablo Feinmann
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