Considero que la gran mayoría de cosas, acerca de las que vale la pena reflexionar, presentan cierta riqueza conceptual (suposición que asumo compartida, en mayor o en menor medida); ya sea por la carga histórica que supongan, o por las asociaciones que puedan establecerse a su respecto. Es decir, no hay cosas malas malísimas, ni buenas buenísimas. Los extremos, que se arreglen, es en la inmensa gradualidad entre ellos donde encontramos el material para la reflexión.
Por eso es que resulta más fácil hablar todo el día de Showmatch, que de buscar una salida a la crisis ambiental, o al macroproblema del desempleo, por mencionar algo.
El trabajo, para el ser humano, presenta dos cuestiones que, a priori, se nos aparecen como irreconciliables: por un lado, hereda el peso de la maldición bíblica “ganarás el pan con el sudor de tu frente”: trabajar significa vender tiempo de nuestra vida para poder subsistir; por el otro, constituye un derecho humano fundamental, para poder asegurarnos los medios necesarios para la vida en sociedad. El primer considerando, supone una postura que, para el momento actual, y en vísperas del Día del Trabajador, encuentro bastante naif, propia de una intelectualidad izquierdista que, salvo honrosas excepciones, gusta de realizar proclamas rimbombantes y dar cátedra de revolución, pero rara vez experimenta los malabares con el salario, para llegar a fin de mes. En esto podríamos afirmar que los gobiernos neoliberales, como el nuestro, funcionan a modo de universidades, donde uno aprende a la fuerza dichas técnicas circenses.
Voy a hacerme eco de una frase que puede sonar a corrección política, o a frase hecha (técnicamente, una frase deshecha no podría considerarse como tal), pero que me sirve para graficar la segunda postura que mencionaba antes: es aquella de que “el trabajo dignifica”. Sin desconocer que, en muchas, demasiadas ocasiones, determinados trabajos reducen a las personas a condiciones infrahumanas, en nuestra sociedad capitalista, contar con medios para asegurarnos los bienes y servicios necesarios, puede llegar a convertirse en una odisea tenaz. Este contexto propicia la explotación de los trabajadores por parte de las patronales, la cual postula que cualquier trabajador es reemplazable. Este postulado cala hondo en la psiquis de las personas, y provoca el miedo a perder el empleo o el miedo a alzar la voz para reclamar por sus derechos. Podría tratarse de un juego perverso, sólo que no es un juego.
La occidentalización del comunismo, en medio de esa apropiación que hace el sistema de las ideologías, ha consistido en despojar a los trabajadores de la conciencia de clase, por ende, del anhelo de subvertir el orden de injusticia imperante.
Resabios de su origen, porque el capitalismo se fundó en la esclavitud. Las empresas colonizadoras, que fueron el inicio a gran escala de este sistema, no pudieron haberse llevado a cabo sin la esclavización de millones de africanos y nativos. Les Luthiers, medio en broma – bastante en serio, afirman que “la esclavitud no se abolió, sino que se cambió por 8 horas”. A veces, incluso más.
Las luchas por un régimen laboral justo han marcado la historia de la humanidad, desde la Revolución Industrial a nuestros días. Así lo asumieron los obreros de Chicago, que fueron a la huelga y terminaron ahorcados para escarnio público, aquel 1º de Mayo de 1886, desde entonces, ha sido un avance y retroceso. La situación es dialéctica, como la plantea Hegel, amo y esclavo.
En nuestro país, la mayor reivindicación de los trabajadores la hizo el peronismo. O, mejor dicho, la hizo la inmensa masa de trabajadores a través de la figura de Juan Domingo Perón, el 17 de Octubre de 1945. La derecha argentina, servil siempre a los intereses extranjeros aun a costa de su propia ruina, nunca se lo perdonó. Los descamisados jamás lo van a olvidar.
Las obreras textiles de Chicago, fueron quemadas vivas en la fábrica Cotton, porque hacían peligrar los intereses de los mandamases.
Muchos desaparecidos por las dictaduras genocidas eran jefes sindicales, u obreros que se manifestaban por mejoras en las condiciones laborales.
Durante los '90, en plena la fiesta neoliberal, tuvo lugar un fenómeno conocido tercerización, es decir, los países del mal llamado “ 1er. Mundo”, delegan en los países empobrecidos, porque no hay países pobres, sino empobrecidos, previamente por las políticas del 1er. Mundo, las fábricas e industrias que pueden llegar a producir daño ambiental en su terruño, o donde la mano de obra de este tercer mundo, resulta más explotable. En este marco, se produce, la flexibilización laboral, consistente en pauperizar los derechos de los laburantes, destruir su dignidad, y subyugarlos. La destrucción del ya mermado tejido industrial nacional, dejó como saldo niveles de desempleo en franco crecimiento.
El kirchnerismo, con sus políticas económicas y laborales de corte keynesianas, supo paliar la crisis ocasionada por los gobiernos anteriores y sus políticas económicas en favor de USA, mediante el empleo público. La restauración conservadora puso en marcha un retroceso violento a esta situación.
La represión a los trabajadores, y a los despedidos que reclaman un puesto de trabajo, es la misma hoy que antes. Con mayor o menor espíritu misántropo, los representantes del pueblo mandan a balear al pueblo, como lo han hecho siempre.
Las condiciones de esclavitud subsisten con muy poco cambio respecto a lo que sucedía décadas atrás: hoy son talleres de ropa clandestinos, vinculados a la “1ra. Dama”, Juliana Awada. O en estancias rurales, propiedad de unos cuantos oligarcas. También tenemos legisladores como Alfredo De Ángeli, que pujan por regular el trabajo infantil. Habría que recordarle a este matón rural, que Ezequiel Ferreyra tenía 6 años cuando murió, esclavizado por la Avícola “Nuestra Huella”, en Santiago del Estero.
El macrismo, que venía a combatir la pobreza y prometía, eufórico: trabajo, trabajo, trabajo, desde que llegó al poder no ha hecho más que dejar hordas de gente en la calle, directa e indirectamente. En Febrero, “Chiche”, un peón de estancia de 43 años se ahorcó en una casaquinta deshabitada, tras quedar sin trabajo en “La Fiorito”, donde había laburado toda su vida; Mario Lafuente, periodista de FM 88.1, y vecino del primero, fue uno de los pocos trabajadores de prensa que reprodujo la noticia. Melisa Bogarín, tenía 30 años y una beba de un año y medio, falleció después de haber sido despedida del programa Prohuerta de Las Breñas, en la pcia. de Chaco. Esteban Latorre estaba de licencia de su trabajo en la Biblioteca Nacional, por una afección coronaria, y recibió el telegrama de despido: su corazón no lo resistió. A principios de Abril, Yolanda Mercedes, una auxiliar docente de 60 años, murió de un infarto, tras haberse enterado que tenía sólo $40.- depositados en el cajero automático, tras los descuentos del gobierno de María Eugenia Vidal; al ser consultado sobre esta situación, la respuesta presidencial fue “te lo debo”. Quédese tranquilo, señor presidente, que no es esa su única deuda.
El cinismo de los funcionarios de Cambiemos no puede sorprendernos, es una de las pidras basales del neoliberalismo, más conservador que nunca, por más que se emperifolle de globos y música de Queen.
Con el argumento de que “sobra gente”, el régimen macrista echa gente a diestra y siniestra. Los profetas mediáticos justifican los despidos y se lavan las manos, escondiendo las noticias que tengan que ver con estas muertes, o desvinculándolas de sus motivos reales: la atomización de la condición humana, en aras de un capitalismo que no acusa recibo de su situación terminal. El argumento desnuda su falacia, cuando vemos que los despedidos son reemplazados por gente del signo político imperante. Sobra gente, efectivamente, pero sobra porque está en mis antípodas ideológicas.
Más gente sin trabajo redunda en menos consumo, que redunda, a su vez, en menos ingresos para los comercios, que no pueden sostener a sus empleados y tienen que despedir. El trabajo x 3, que prometía en campaña el presidente, se hace realidad, pero a la inversa: donde laburaban 3, ahora quedará uno solo. Que esto provoque que la pobreza se acentúe es una mera cuestión matemática.
El sistema necesita que la gente crea, como afirma, una vez más, el presidente, que el trabajo, en lugar de constituir un derecho, es una bendición. Para quien se oponga, como ayer en Chicago, el escarnio y la ejecución: ya sea mediante la horca o la desidia. Nosotros decidimos.
P.D.: en la foto está Ezequiel Ferreyra, a quien nombro en la nota y de quien, acto fallido vaya uno a saber por qué, cuando la leí al aire equivoqué la edad que tenía. Murió de cáncer, producto del trabajo esclavo, en la pcia. de Santiago del Estero, a los 6 años, el 16 de Noviembre del año 2010. Tal vez algunos recuerden la “masiva campaña en Facebook”, haciéndonos eco de su deceso, cambiando la foto de perfil por una de algún dibujo animado de nuestra infancia. Y pelotudeces así, donde la “campaña” se come a la consciencia. Él simboliza, para mi al menos, la realidad injusta de miles y miles de chicos que trabajan desde que empiezan a tener uso de razón. Nunca más.
Juan Bautista Martínez (Columnista)
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