domingo, 1 de mayo de 2016

SEGUIMOS GANANDO


Lejos de la frivolidad catódica que supuso un archi-conocido reallity-show, George Orwell nos legó, allá por 1949, una de las, a mi parecer, críticas más agudas a los regímenes totalitarios y a los mecanismos de control por estos utilizados. “1984” plantea un mundo distópico, en el que los ciudadanos son vigilados constantemente, a través de los dispositivos audiovisuales que ejercen, también, el adoctrinamiento; donde la menor disidencia es denunciada a las autoridades y donde el Ministerio de la Verdad se encarga de falsear la Historia y el Ministerio de la Paz se dedica a fabricar una guerra interminable.
Respecto de este último, digamos que, cuatro años después finalizada la 2da. Guerra Mundial, Orwell se adelantaba a Robert McNamara, quien, en 1968, como Secretario de Defensa de los Estados Unidos de América, instigó mediante manipulación mediática de la opinión pública, la masacre de más de 1.100.000 vietnamitas y de más de 58.000 estadounidenses, en la que fue, sin duda, su invención más nefasta: la Guerra de Vietnam.
Y es que, desde mucho antes, y más impúdicamente desde entonces, las guerras se fabrican con una sofistificación cada vez mayor; ya que constituyen, junto al dinero y al éter, la tríada que sustenta el poder imperialista en todo el globo.
En América Latina, durante los años de plomo (y sangre, y barro, y miedo) extendió, el poder imperial, un manto de oscuridad, donde, asistidos por los principales medios de comunicación de masas -censurados otros-, logró hacer pasar como “normal”, aunque durante corto tiempo, una situación de violencia y represión atinente a consolidar su poderío económico y aniquilar la subversión en estos países de la periferia del Sistema.
En Argentina, particularmente, la Junta Militar hizo uso de dos recursos que le permitieran distraer y ganarse la confianza del grueso de la población, mientras se torturaba y se desaparecían personas: un Mundial de Fútbol, en el año '78, y una guerra en el '82, exacerbando esa cuestión patriótica que a los argentinos nos gusta enarbolar, cuando hay algún evento de índole internacional, pero que permanece adormecido cuando, por ejemplo, están destruyendo la industria nacional.
Pasada la euforia por el triunfo futbolístico, abrazo del alma, hacia el año 1982 el daño causado por el plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz era insostenible. Con una deuda externa de alrededor de 45 millones de dólares, sumado a los reclamos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y los organismos internacionales de DDHH, además de su propia inutilidad para gobernar, la Junta Militar se debatía en cómo continuar en el poder y, en medio de ese naufragio, el manotazo último fue uno que los hiciera ver como héroes: una guerra por la recuperación de las islas Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña desde 1833.
Repasemos. Las cuestión de las islas Malvinas no tiene real discusión, las islas Soledad y Gran Malvina, y las islas Sandwich del Sur y Georgia del Sur, se encuentran ubicadas dentro de la plataforma submarina de la República Argentina, a millones de kilómetros del Reino Unido de Gran Bretaña; pero sobre todo, no tiene lugar la existencia, en nuestro siglo, de colonialismos ni monarquías.
Esta situación de ocupación, casi desde su mismo descubrimiento, sirvió para hacer aflorar el espíritu patriótico y que el pueblo apoyara la histeria infantil de un borracho genocida, para enviar adolescentes y jóvenes sin la adecuada preparación y escasos de pertrechos, a que se mueran de frío y de miedo, enfrentando a una potencia bélica erigida sobre la piratería y la guerra.
Lo que duele, lo que enoja, mención aparte del Mayor Aldo Rico, alias el cobarde de Malvinas, arrancándose las ginestas para que lo confundan con un soldado raso, es la manipulación de un reclamo legítimo, y la consecuente muerte de 649 argentinos, más los 1.078 que resultaron heridos, los posteriores suicidios a la vuelta y los traumas acarreados de tan austral desolación. Todo eso y el pueblo vivando a Galtieri en la Plaza de Mayo. Duele el crucero Gral. Belgrano, hundido una vez finalizada la guerra. Duele Margaret Tatcher. Duelen Chile y los Estados Unidos, y el tratado de asistencia recíproca entre países americanos.
Pero sobre todo duele el olvido.
Ucrónicamente, podríamos afirmar que, si el resultado de la guerra hubiese sido favorable a la Argentina, lo que se hubiese traducido en un triunfo de los milicos, hubiesen legitimado su poder y, quizás, los hubiésemos tenido un tiempo más en el gobierno. Como eso no pasó, sino que tuvo lugar otra carnicería de chicos, a los genocidas no les quedó otra que llamar a elecciones, darnos el beneficio de la democracia y que nos arregláramos y arregláramos, a su vez, sus crímenes.
La deuda externa, contraída por la dictadura militar, había ascendido desde 1.976 a 1.983, fecha del retorno a la democracia, de 4 millones de dólares, cuando se fue Isabel, a 45 millones de dólares, cuando asume Raúl Alfonsín. Desde entonces, con más o menos espíritu entreguista, los distintos gobiernos que han pasado, han hecho especial hincapié en pagar sumisamente al FMI o al Banco Mundial, que en lograr cierta independencia económica. Simplificando un poco la cuestión, es difícil generar riqueza para desarrollar un país y, a la vez, pagar una deuda sideral, cuando se elimina sistemáticamente a la industria nacional y todo hay que compararlo de afuera. No hay forma de sostener eso en el tiempo, sin perjuicio del propio pueblo, fundamentalmente de sus sectores más humildes, porque es el pueblo el que paga los pasivos, los gobernantes pasan, nos endeudan, arruinan y se van. Aunque después volvamos a votarlos.
Por si no tuviéramos suficiente, nuestro sistema capitalista, que le otorga más importancia al dinero y a los objetos que a las personas, ha sido propicio para el nacimiento de fondos denominados “buitre”, que no son otra cosa que capitales de libre inversión que invierten en deudas públicas de entidades, o Estados, que se hallen en situación de premura o imposibilitados de pagar todo junto.
El Gobierno anterior llevó adelante políticas destinadas a saldar la deuda externa, mediante la aplicación de las Leyes Cerrojo y de Pago Soberano; buscando una forma de pagar sin que los intereses se coman la ganancia que puediera invertirse en el país.
Aunque parece que algunos de sus ex-funcionarios sintieran que se equivocaron durante años, ya que, junto al régimen macrista que, hay que decirlo, no gobierna para la mayoría de la población, sino para los sectores concentrados de poder, retomaron la práctica de endeudarse a futuro por miles de millones de dólares, para que nuestros nietos no pierdan la oportunidad de nacer hipotecados.
El silencio mediático sigue siendo axial en toda esta parafernalia, ayer decían “Vamos ganando”, mientras los jóvenes que peleaban valientemente en Malvinas se cagaban de hambre, aunque a lo largo y ancho del país se realizaban colectas y se vendían cadenitas y alhajas para juntar fondos destinados a colaborar con ellos. Y cuando podían burlar la vigilancia de los mandamases, que se quedaban refugiados, atiborrados de víveres, mientras disponían de los pibes como carne de cañón, eran estaqueados por éstos últimos.
Hoy, la mayoría de los diarios, canales de TV, emisoras de radio y portales web, hablan del triunfo de la derogación de las leyes cerrojo y de pago soberano, como la oportunidad para que vengan inversores extranjeros, desconociendo a conciencia que la glocalización, lejos de ser un concepto simpático, pone de manifiesto la insignificancia de los recursos humanos frente a las multinacionales.
Otros medios prefieren dedicarle toda su programación a los reallity-shows, pero sin llamarse nunca a sí mismos al “confesionario”.
El Ministerio del Amor manda a reprimir trabajadores, y el Ministerio de la Paz hunde barcos chinos.
No hay duda, seguimos ganando.
 
 
 
 
 
Juan Bautista Martínez (Columnista)

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